Telchar, el mítico herrero enano del reino de Nogrod (la Morada del Enano), una de las dos ciudades que los enanos construyeron en las Ered Luin (las Montañas Azules), forjó hace tiempo legendarias armas, como la daga Angrist, la espada Narsil o el Yelmo de Hador. Entre todas las piezas que salieron de su forja, se encontraba también buena parte de la armería del rey elfo Thingol de Doriath (mucho antes de que humillara a los enanos y estos, llenos de ira y codicia, lo asesinaran).
Las armas de Thingol se perdieron, y jamás se supo nada más de ellas... Hasta hace muy poco tiempo.
Asgar, hijo de Onar, hacía apenas tres semanas que había abandonado su hogar en Erebor. Acompañado de otro enano, Durin, hijo de Fundin, ambos gastaban sus ahorros en las calles de Esgaroth, a la espera de que una buena oportunidad de aventura les saliera al paso. Y así fue como ocurrió, aunque no de la manera en que los dos enanos lo hubieran esperado.
Una noche, tras acabar con varias jarras de cerveza en las tabernas de la Plaza del Mercado, Asgar y Fundin regresaban a su posada cuando una figura, embotada en una capa marrón manchada de barro y ajada por el uso, tropezó con ellos (o más bien fueron los enanos quienes lo hicieron, embriagados por la dulce cerveza de Jofur Ojo Tuerto). El extraño, con inusitada prisa y gran falta de modales, intentó salir por pies sin ni siquiera una disculpa, algo por lo que Asgar y Durin no estaban dispuestos a pasar. Los enanos le cerraron el paso, exigiendo que el hombre -pues era un hombre- se disculpara por su torpeza.
Sin embargo no hubo oportunidad para tal disculpa, pues apenas se habían levantado del suelo, cuando tres figuras más aparecieron en el callejón. Eran estos hombres también, aunque de tez más morena, como si hubieran pasado largo tiempo bajo el sol. Sus voces eran graves y rotundas, y con un fuerte acento que los enanos no lograron discernir.
-Entréganoslo- dijo el más alto, que parecía ser el lider-. Si lo haces te perdonaremos la vida.
El otro no se dignó a contestar a los recién llegados, y su única respuesta fue desenvainar la espada, que brilló con furia, como si su filo atrajera las escasas luces de la noche.
-Atrás- ordenó el de la capa marrón a los enanos-. Esta no es vuestra pelea.
Tanto Asgar como Durin sacaron sus hachas, haciendo oídos sordos a la advertencia del desconocido.
-Nosotros decidiremos cuales son nuestras peleas- dijeron casi al unísono.
Y así se desencadeno el combate. Los tres hombres que habían llegado en último lugar eran bravos guerreros, pero nada pudieron hacer ante las artes de combate desplegadas por el hombre de la capa, que parecía multiplicarse en la batalla. Los dos enanos, por supuesto, se despacharon a gusto, y sus hachas hubieron de ser limpiadas de sangre más avanzada la noche, cuando estuvieron de regreso en su habitación.
La lucha duró lo que tarda un hobbit en comerse un pastel. Apenas dos minutos después del intercambio de palabras entre los hombres, los últimos llegados yacían muertos en el empedrado callejón de Esgaroth. Y antes de que Asgar o Durin tuvieran la oportunidad de cruzar una palabra más con el hombre de la capa, este había desaparecido, como si hubiera sido engullido por la noche.
Pero algo se había caído de su zurrón, un ajado pergamino en el que aparecía un mapa dibujado con extrañas letras en sus márgenes, escritas en algún idioma de los elfos. Aquello parecía, sin duda, valioso, y desde luego era una llamada directa a una posible aventura.
Casi al mismo tiempo en que estos extraños acontecimientos tenían lugar en la ciudad de Esgaroth, en los salones del Rey Elfo, bajo la sombra del bosque Negro, Míriel esperaba a su hijo Aredhel en una de las muchas cámaras que la fortaleza del rey Thranduil poseía. Cuando Aredhel llegó, vio en los ojos de su madre el brillo de la desesperanza.
-¿Qué te ocurre madre?- preguntó Aredhel, preocupado.
-Ha llegado el momento- dijo la bella Míriel-. Debes abandonar el reino del Bosque y proteger a las gentes que habitan más allá, ajenas a la maldad que se está gestando.
-¿A qué te refieres?
-La Sombra se hace cada día más fuerte, y es en el bosque Negro donde su presencia crece con más intensidad. Debes partir al sur, cerca de la ensenada Este. He tenido varios sueños, y en ellos tu padre me avisa de que un antiguo monstruo ronda por ese territorio, un mal del mundo antiguo.
-¿Qué es?
-Me temo que no lo sé, mi hijo querido, pero debes tener cuidado, pues su poder es grande, y su sed de sangre insaciable.
-¿Y qué podré hacer yo contra una criatura semejante?
-Tu padre quiere que acudas allí. Tal vez no debas enfrentarte a ella... no todavía, pero debes ir a ese lugar.
Aredhel asintió. Era un descendiente de los Noldor, y tenía muy presente su misión en el mundo. No pensaba deshonrar su legado por el temor a lo que pudiera encontrar en el bosque Negro.
A la mañana siguiente, tras despedirse de su madre y recoger todo su equipo, abandonó los salones del Rey Elfo, dispuesto a enfrentarse con el antiguo mal del que le había hablado su madre.
Asgar y Durin habían traducido las palabras élficas del mapa, que hablaban de las armas de Thingol, y de la posibilidad de que estuvieran perdidas en algún punto del sur del bosque Negro, al este de Rhosgobel, tal como el mapa indicaba.
El viaje desde Esgaroth fue duro y peligroso, pero al final lograron llegar a la zona que marcaba el mapa, un supuesto claro entre la opresiva presencia del bosque. Durante días buscaron los enanos el citado lugar, pero solo encontraron desesperación y sombras en tan funesto bosque, hasta el punto de casi enfrentarse entre ellos, acusándose mutuamente de haber leído mal el mapa en algún momento de los días anteriores.
Así estaban los dos enanos cuando la noche volvió a caer sobre el lúgubre bosque. Pero aquella noche fue diferente, pues pronto notaron que algo los acechaba, algo maligno y depravado, algo que llevaba en este mundo desde mucho antes de que los enanos construyeran Erebor. Ambos sacaron sus hachas, si habían de morir esa noche, al menos lo harían bañados en la sangre del enemigo.
Pero nadie murió aquella noche (no al menos en esa parte del bosque Negro), pues cuando la presencia inquietante de la malévola criatura estaba más cerca, alguien cayó sobre los enanos, haciendo que se derrumbaran contra el suelo.
-¡Silencio!- ordenó la oscura silueta que había saltado sobre ellos desde un árbol cercano-. Silencio si queréis ver el siguiente amanecer.
-¿Quien eres?- preguntaron los enanos, visiblemente irritados.
-No es momento este para presentaciones. ¡Callad ahora, si valoráis en algo vuestras vidas.
Los enanos permanecieron en silencio, aunque resoplando de vez en cuando para mostrar su indignación. El que había caído sobre ellos era un elfo; el propio Aredhel, que los había estado siguiendo en silencio las últimas horas, al oír el estrépito causado por los enanos.
Algo surgió entonces en el bosque, una sombra más oscura incluso que la noche. Al principio parecía moverse a cuatro patas, aunque después el elfo y los enanos la vieron caminar a la manera de los hombres, si es que existe algún hombre que sea capaz de oprimir los corazones y desgarrar la esperanza como aquel ser lo hacía. La oscuridad era tan densa que la horrible criatura apenas era discernible, una sombra dentro de otra. Pero parecía olfatear el aíre, y al poco dirigió su interés hacia el lugar donde el grupo se hallaba oculto.
Lo que sucedió después solo puede ser explicado si la magia estuvo presente en aquel lugar, porque la enorme criatura (que a pesar de los pocos metros que la separaban de los tres compañeros, no ofrecía una forma concreta) miró a los dos enanos y al elfo con unos ojos rojos como la lava hirviente, directamente, pero no los vio, como si se hubieran vuelto invisibles. Poco después el extraño ser desandó sus pasos y regresó a la oscuridad del bosque, buscando posiblemente otras presas que no tuvieran tanta suerte como los tres compañeros.
A la mañana siguiente, tras haber hablado largo y tendido durante la noche, haciendo las pertinentes presentaciones y declarando lo que cada cual estaba haciendo en tan lóbrego lugar, el elfo y los dos enanos levantaban el campamento cuando un hombre se acercó a ellos.
Por extraño que parezca ninguno de ellos lo oyó llegar, ni siquiera Aredhel, cuyos sentidos estaban tan afilados como el el aguijón de una araña. El hombre vestía una túnica marrón oscura y su barba era roja, aunque encanecida en algunos puntos. No dijo su nombre, ni cómo los había encontrado. Tan solo sonrió con amabilidad y pidió a la compañía si podía sentarse a desayunar algo con ellos.
Tanto el elfo como los enanos aceptaron, aunque ninguno de ellos quería hacerlo. Sin embargo se vieron invitados a tomar ese camino.
-Estáis en un lugar peligroso- dijo el hombre-. ¿Qué os ha traído hasta aquí?
Y aunque ninguno de ellos quería revelar sus planes a un extraño, tanto Asgar, como Durin, como Aredhel, le contaron al hombre cómo habían llegado allí y por qué se encontraban tan al sur del bosque Negro.
-Es pronto para vosotros, me temo- dijo el hombre, y no añadió nada más hasta terminar el desayuno. Después, con una pipa de buen tabaco en la boca, continuó hablando:
-Asgar, hijo de Onar, tu sed de tesoros habrá de llevarte otra vez por estos parajes, pero no pronto. Será mejor que me devuelvas el mapa que encontrasteis, pues me temo que no os deparará otra cosa que infortunios.
El enano así lo hizo, aunque la idea le gustara tanto como bañarse en las frías aguas del río Rápido.
-En cuanto a ti, Durin, hijo de Fundin, estás muy lejos del Monte Gundabad. Pero aún así este es el camino que habrá de llevarte allí, aunque aún es demasiado pronto para recorrerlo.
Durin asintió. De alguna forma sabía que las palabras de aquel hombre eran las correctas.
-Lo mismo te digo a tí, Aredhel, sangre de Ereinion. Habrás de demostrar el legado que posees, más no será hoy ni en los días próximos. Parte ahora tranquilo, lo que has venido a hacer aquí ya está hecho, y se requerirá tu presencia en otros lugares antes de que el camino vuelva a traerte a estos parajes.
-A todos vosotros en realidad- dijo el hombre hablando a los tres compañeros de nuevo-. Habéis demostrado valor esta noche, pero el enemigo que os acechaba está más allá de vuestra maestría con las armas. Partid ahora, antes de que la oscuridad regrese de nuevo, pues es difícil que volváis a encontrar ayuda inesperada, como sucedió anoche.
Antes de que ninguno pudiera preguntarle nada más, el hombre se puso en pie, y dándose la vuelta se encaminó hacia la espesura, perdiéndose en ella.
Los dos enanos y el elfo partieron entonces, lejos de los peligros del bosque Negro... por el momento.
Una nueva compañía se había formado en las Tierras Ásperas.